No por nada, al psicópata de la Moncloa le apodaban el guapo. Alto, atlético, joven, sonriente, buena percha, (dicen que) atractivo…
Pero el tiempo no pasa en vano, y los amargos
sinsabores del poder tampoco. La tensión -en una persona normal uno se
atrevería a decir que los remordimientos de conciencia, pero es dudoso que semejante
individuo tenga conciencia, y mucho menos remordimientos- se cobra su precio, y
el antaño lozano Pedro es hoy un mustio perico, poco menos que un esqueleto
donde antes había un maniquí.
Como, además, no parece escuchar a nada ni a nadie, en la reunión de lideres rojeras que tuvo lugar en Colombia llevó una guayabera… pero la llevó mal y, además, mal combinada.

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