La Historia nos enseña, en relación con las revoluciones -entendiendo como tales formas no democráticas de alcanzar el poder- dos cosas: que siempre habrá unos listos que busquen aprovecharse de las masas para alcanzar el poder… y que, con el tiempo, esas masas devendrán incontrolables y se revolverán contra quienes las azuzaron.
Retrocedamos casi un cuarto de
siglo, cuando, tras la victoria por mayoría absoluta del Partido Popular,
España empezó a pintar algo en la escena internacional como apoyo incondicional
de la política estadounidense. Se podrá estar más o menos de acuerdo,
considerar o no lacayuna la actitud de Aznar, pero el caso es que se le convidaba
a la mesa de los poderosos.
En aquella época, los de la mano
y el capullo aprovechaban cualquier circunstancia para intentar erosionar al Gobierno.
El remate fueron los atentados del 11 de Marzo de 2.004 (no merecemos un
gobierno que nos mienta, proclamaba el mayor embustero profesional de la
política española), pero antes de eso estuvo el naufragio del Prestige (Nunca
más fue el eslógan), y antes aún el envío de tropas a Irak (que no a la guerra
de Irak, puesto que ésta ya había terminado, a diferencia de lo que
hicieron González y demás, que enviaron soldados -de reemplazo, para más inri-
a una guerra de verdad), que fue combatido con el simplista lema de No a la
guerra. Y ahora, dos décadas después, titirizejas que viven bien
resucitan el lema de marras… contra el psicópata de la Moncloa.
Ya lo dijo el jeta vocacional: la Historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa.
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