Que el psicópata de la Moncloa acordó con Cocomocho aprobar una bajada de pantalones (perdón: una amnistía) como pago (inicial, con los chantajistas nunca hay un último pago) para poder seguir detentando la presidencia del desgobierno español que tenemos la desgracia de padecer (si has llegado hasta aquí sin perderte, enhorabuena) era algo que hasta el más tonto podía ver (aunque se negara a admitirlo).
Podrían disfrazarlo de reparación de
las heridas en la sociedad catalana (¿culpa de quiénes?), como un medio
de volver a la convivencia, como una apelación a la concordia. Podían decir
todas esas pamemas y muchas más, pero que la amnistía era lo que era y era,
además, inconstitucional (además de anti, pero ese es otro tema) era,
como digo, evidente.
Por mucho que el Tribunal Prostitucional,
liderado por Golpe Pumpido, se mostrara proclive a considerarla ajustada
a nuestra Carta Magna, hete aquí que al otro lado de los Pirineos no piensan lo
mismo, y la Comisión Europea declaraba, a principios de mes, que parecía más bien una auto amnistía.
¡Cuac!
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