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sábado, 21 de junio de 2025

Nada es para siempre

Dice el refrán (o la cita erudita, que no lo sé) que, a quien los dioses quieren destruir, primero le vuelven loco.

Pocas cosas hay que enloquezcan más que el poder. Ya lo dijo lord Acton: el poder tiende a corromper, pero el poder absoluto corrompe absolutamente. España es, sobre el papel, un régimen democrático en el que existe separación de poderes. En la práctica es una partitocracia -en la que ningún partido, con la posible excepción de los Clicks Unidos de Playmobil, cumple el mandato constitucional de tener una estructura y funcionamiento interno democráticos- en la que un partido gobernante se ha dedicado a ir eliminando todos los contrapoderes, y el otro no se ha molestado en restaurarlos.

Y así van las cosas, que cada presidente que ha habido y ha durado más de cuatro años se ha endiosado y ha tendido a creer que podía hacer lo que quisiera y -en el caso del psicópata de la Moncloa- la cosa sería para siempre (o, al menos para muchísimo tiempo). Así que se dedican a hacer y deshacer como si todo, como dijo el Caudillo, estuviera atado y bien atado.

Pero el hombre propone y Dios dispone; o, como dijo John Lennon, la vida es eso que te pasa mientras estás ocupado haciendo planes. Y así, el jefe de la Organización Mundial del Turismo que apadrinó a la pareja del psicópata de la Moncloa, y que recibió de regalo para su organización el Palacio de Congresos de Madrid -previa reforma, porque estaba hecho unos zorros- perdió el apoyo hasta de su propio país de cara a la renovación de la poltrona.

Qué inoportuno, oye.

¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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