Los que me leen y los que me conocen saben que, desde hace mucho -no diré desde siempre, porque no estoy seguro- soy monárquico. No gracias a Juan Carlos I, sino más bien a pesar de.
Creo sinceramente que en lo político (y, que
se sepa, también en lo personal), Su Majestad el Rey don Felipe VI, a quien
Dios guarde muchos años, lo está haciendo mejor que su padre, don Juan Carlos I
(eso del Emérito es una sandez y una cursilada… y lo dice uno que es
aficionado a las perífrasis).
Por eso he lamentado profundamente que el
Jefe del Estado, junto con su homólogo alemán, honraran a las víctimas
de los bombardeos de Guernica. Y las cursivas las pongo porque, ni fueron
tantas como dicen los rojos, ni fueron las únicas que se produjeron durante
nuestra última guerra civil.
¿Para cuándo un homenaje a las víctimas del
bombardeo de Cabra? ¿Para cuándo un homenaje a los mártires de Paracuellos del
Jarama? ¿Para cuándo un homenaje a los que sufrieron en la checas de toda
España? ¿Para cuándo un homenaje a Andrés Nin, despellejado vivo por orden de
los sicarios de Stalin?
Por eso, las críticas de los epígonos del orate de la boina y del partido de los terroristas del hacha y la serpiente, aunque inmerecidas, eran lo menos que podían esperar. Aunque, ya que hablan de pedir perdón, que empiecen los que sacudían el árbol y los que recogían las nueces.

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