La izquierda presume de demócrata y tolerante pero es en realidad --la antigua, la moderna y la futura, pues es algo inherente a su idiosincrasia- sectaria e intolerante como pocos. Basta con que te apartes un poco de lo que la élite izquierdista considera la ortodoxia -ortodoxia que va cambiando de continuo, y lo que hoy es bueno mañana puede ser malo, y viceversa- para que pases de estar en la cima a ser crucificado inmisericordemente.
Es lo que le ha pasado a Karla Sofía Gascón. De
ser un estandarte del triunfo de la transexualidad ha devenido en un ser
apestado, rechazado, vituperado e insultado. Y todo por unos comentarios de
hace años que, aunque más ciertos que el que dos y dos sean cuatro, resultan
intolerable para el movimiento woke.
Y si ahora Gascón se queja de ser víctima de la cultura de la cancelación tras el repudio de Netflix… haber pensado antes con qué compañeros de juego se había embarcado.
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