Sí, vale, el Tribunal Constitucional no ha tirado por completo el malhadado nuevo Estatuto de Cataluña, que es lo que debería haber hecho. La sola circunstancia de que hayan tardado cuatro años, que se dice pronto, en pergeñar el engendro al que llaman sentencia ya debería ser muestra suficiente (por si el sentido común, paradójicamente el menos común de los sentidos, no bastara) de que semejante texto ilegal iba frontalmente contra la Constitución.
Si alguien tiene la culpa de todo esto no son, a mi entender, los nacional-socialistas de Cataluña. Ellos han obrado conforme a su naturaleza y a la actitud que el resto de la clase política ha tenido con ellos los últimos treinta y cinco años.
No, el máximo culpable es Rodríguez. Sí, ese que dijo que aceptaría cualquier texto que saliera de la asamblea legislativa catalana (llamarle parlamento resulta excesivo, especialmente desde que anda por allí Montilla; rebuznamiento sería más adecuado).
Y la tiene también la Constitución de 1.978, esa hija de siete padres. Hasta que no estudié la oposición no mala que era técnicamente. Y el Tribunal Constitucional, tocado desde sus inicios y desde sus inicios plegado al poder político (¿nadie se acuerda de la expoliación de Rumasa?). Una solución sería configurarlo como el Tribunal Supremo de Estados Unidos, con miembros elegidos con carácter vitalicio. Así, el que quisiera ir allí, iría, sabiendo que decidiera lo que decidiese, su puesto no dependería de ello.
De hecho, lo único bueno de la sentencia es que no les ha gustado nada a los socialnacionalistas catalanes...
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!