Si a comienzo de temporada alguien me hubiera dicho que los Boston Celtics no sólo jugarían la final de la NBA, sino que además llegarían hasta el séptimo partido, habría pensando que mi interlocutor estaba loco de remate. Si me lo hubieran dicho a mitad de temporada habría pensado bueeeeno, quizá... Y si me lo hubieran sugerido al final de la temporada, habría pensado quizá pasemos de primera ronda de Conferencia, pero no más allá.
Sin embargo, pasaron. Y ganaron a los mejores de la temporada regular, e incluso se quedaron a un sólo partido de ganar la final...
Claro, que uno se aficionó a la NBA en la década de los ochenta del siglo pasado, cuando en los Celtics el quinteto titular tenía más blancos (Bird, McHale y Ainge) que negros (Parish y Johnson), y cuando la figura del equipo (y de toda la liga) era un blanco más bien fondón y para nada ágil. Así, no fue nada raro que eligiera como equipo los Celtics, un equipo en el que pesaba más el conjunto que las individualidades (los Bulls no fueron nada antes de Jordan -probablemente el jugador más determinante de la historia de la NBA-, no fueron nada entre las dos etapas de Jordan y no han sido nada después de Jordan; y del quinteto de los ochenta de los Lakers pueden citarse dos -Magic y Abdul-Jabbar-, tres -Worthy- o incluso cuatro -Rambish- de los jugadores del quinteto titular, pero no el completo).
Lo malo es que la plantilla de los Celtics, o al menos los Big Three ya están en el ocaso de su carrera, así que esperemos que hagan la renovación mejor que hace un cuarto de siglo...
En cualquier caso, enhorabuena a Gasol.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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