La última novela de Frederick Forsyth es, dentro de la obra de este autor, mediocre. Está lejos del estilo magistral de Odessa o Chacal, así como también de lo que considero la culminación de su estilo de escribir (y la primera obra suya que leí), es decir, La alternativa del diablo.
La mentalidad de las obras de Forsyth se ha vuelto más despiadada, más cruda, por así decirlo. Desaparecido el enemigo comunista y aparcado, al menos por el momento, el islamista, en esta ocasión los adversarios son las mafias de la droga. Forsyth plantea la posibilidad de enfrentarlas sin cuartel para eliminarlas o, al menos, diezmarlas gravemente, y el fracaso de esa estrategia porque los gobiernos occidentales –la sociedad occidental, en general- no está dispuesta a asumir el coste que eso supone. Como dice el personaje principal, Cobra, casi al final de la obra, «ya no es el país al que juré lealtad siendo joven. Se ha convertido en corrupto, venal, débil y sin embargo arrogante, dedicado a los obesos y a los estúpidos».
Por otra parte, en esta obra, aparentemente, ganan los malos: los traficantes quedan en vías de recuperar su posición, el enemigo que estuvo a punto de destruirlos es eliminado… Sin embargo, ocurre algo que tampoco suele suceder en las obras de Forsyth: el protagonista de una obra suya anterior, Calvin Dexter (Vengador), reaparece en ésta en un papel casi protagónico. No descarto que reaparezca en una eventual obra futura del británico.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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