Leo con gran pena que ha fallecido a la avanzada edad de noventa y ocho años el archiduque Otto de Habsburgo, al que en la época en la que escribía en ABC nos referíamos en la familia como el tío Otto. No porque tuviésemos ningún lazo familiar con él, faltaría más, ni porque en mi familia abunden los monárquicos (en eso, como en otras muchas cosas, soy más bien un bicho raro…).
No. Más bien era porque Otto de Habsburgo consiguió eso que es tan difícil: que una persona, al mismo tiempo, inspire simpatía y respeto. Para ilustrarlo, recurriré a un ejemplo que suelo usar bastante: Perico Delgado inspiraba simpatía; en cambio, Miguel Induráin inspiraba respeto. Pues bien, el tío Otto consiguió las dos cosas: respeto, por ser una persona consecuente, fiel a sus principios y honesta; y simpatía, quizá porque lo azaroso de su vida no le desvió de la recta senda.
Se ha ido una gran persona, de las que ya van quedando pocas. Descanse en paz.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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