Los gobiernos de Rodríguez se caracterizaron por dos notas fundamentales: sectarismo absoluto e inutilidad intelectual también en grado superlativo. Fruto de semejante mezcla fueron una serie de medidas, en el mejor de los casos, desafortunadas y, en el peor, sencillamente catastróficas.
Una de las primeras decisiones que tomaron fue la derogación del Plan Hidrológico Nacional aprobado durante la presidencia de Aznar, y su sustitución por la implantación de desaladoras. Dejando aparte el sinsentido de no aprovechar el agua de los ríos para desalarla una vez desembocan en el mar, las desaladoras presentaban dos defectos esenciales, característicos de cualquier ecolojeta que se precie: resultaban económicamente inviables y altamente contaminantes por los residuos que generaban. Estos rasgos, evidentes para cualquiera no cualificado para pertenecer a los gobiernos de Rodríguez (es decir, cualquiera medianamente inteligente y libre de los prejuicios de la izmierda), con el tiempo han aflorado. Así, mientras sólo una tercera parte (diecisiete de cincuenta y una) de las previstas están funcionando (otro rasgo de las medidas de los gobiernos socialistas es que suelen quedarse en proclamas altisonantes cara a la galería –recordemos, por poner sólo un ejemplo, lo de los ochocientos mil puestos de trabajo-, sin tener intención de ser llevadas a la realidad), los regantes rechazan ese agua por su precio prohibitivo y baja calidad. Quod erat demostrandum…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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