Tras la segunda guerra mundial, y gobernara quien gobernara en el país, uno podía estar razonablemente seguro de que Alemania (la occidental, se entiende, y luego la reunificada) era un país serio, formal, de fiar. Un país en el que, llegado el caso, un líder político podía marcharse antes de que le echaran.
Sin embargo, las cosas ya no son lo que eran,
y en parte por el ascenso de los extremos, en parte por considerar tolerable la
extrema izquierda pero intolerable la extrema derecha, y en parte por la
sumisión a la ideología de lo políticamente correcto, el país se hunde en el desorden político ante el fiasco de su transición energética.
Si eso es lo que nos espera en España, apaga y vámonos. Y nunca mejor dicho.
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