La consecuencia ineludible e incontrovertible
de treinta años de nefastas políticas educativas es la que tenemos ante
nuestros ojos: el emburrecimiento progresivo de las sucesivas generaciones. Los
tímidos intentos que la derecha ha realizado por revertir la situación han
resultado ineficaces ante la cerril oposición de la progresía, oposición que en
el caso de la reforma de la época Aznar llegó incluso hasta la negativa a
cumplir la Ley.
Recientemente, el ministro Wert propuso una reforma
educativa que por la reacción casi unánime que concitó en su contra (o por
quienes se le opusieron, deberíamos decir) debía tener muchos puntos buenos.
Entre estos puntos estaba lo que deduzco era
un endurecimiento de los requisitos académicos para la obtención de becas. Semejante
medida no supondría, como repiten machaconamente las hordas progres, restringir
a los pobres el derecho a la educación. No, lo que supondría dicha medida sería
que los vagos no disfrutarían de nuestros impuestos para tocarse los huevos a
dos manos.
Tan lógica era esta medida que la OCDE y
Esperanza Aguirre la respaldaron (la primera) y la vieron como absolutamente necesaria (la segunda).
Tan lógica que muchas comunidades autónomas, incluyendo las gobernadas por el
PP, la criticaron, y obligaron a Wert a revisar la nota mínima… a la baja.
Y mientras, los diputados fardaban de
expedientes académicos –por llamarles algo- verdaderamente sonrojantes. Desde luego,
son políticos porque no pueden ser otra cosa…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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