Como dije, aquí van diez cosas (hay muchas más, claro) que debemos agradecer a Rodríguez y a sus sucesivos ministros:
- Retroceso en la lucha contra ETA: Cuando el PSOE volvió al Gobierno, en 2004, ETA estaba contra las cuerdas y fuera de las instituciones. Actualmente, domina una de las tres provincias vascas, es la fuerza más votada en Vascongadas (la verdad, ¿para qué votar socialista o nacionalista, si puedes votar nacionalsocialista de una tacada?) y va a tener grupo parlamentario propio en el Congreso de los Diputados. Ahora sabemos que mientras promovía el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, Rodríguez negociaba con ETA; que lo siguió haciendo durante todo su mandato, incluso cuando ETA volvió a matar e incluso cuando proclamaba que nunca volvería a negociar con ETA. A esto hay que unir el uso permanente del terrorismo como arma electoral, apropiándose del supuesto fin de ETA, y el uso del Tribunal Constitucional para permitir que ETA volviera a las instituciones. Con su pan se lo coman: quien siembra vientos, cosecha tempestades. Lo malo es que esta tempestad tenemos que sufrirla todos los españoles.
- Desastre económico: En los primeros tiempos, la inercia de la herencia recibida del gobierno del Partido Popular hizo que la economía siguiera funcionando. Cuando el impulso desapareció, quedó de manifiesto lo que es una verdad palmaria: la izquierda no crea riqueza, únicamente se apropia de ella. El recurrir a Solbes como ministro de Eocnomía, un hombre que ya nos había metido en una crisis diez años antes, sólo se explica por el hecho de que a Rodríguez la economía le importaba un bledo. Negó la crisis, negó las causas, negó los efectos, y cuando el reconocimiento se hizo ineludible, no tomó las medidas que debería haber tomado; y cuando lo hizo, lo hizo tarde, mal y poco.
- Estatutos de segunda generación: Cuando todavía no era presidente del Gobierno, Rodríguez prometió que aceptaría cualquier texto que fuera enviado al Congreso. Cuando un Estatuto manifiestamente inconstitucional fue enviado, torció el brazo a una justicia ya de por sí bastante politizada, mantuvo más allá de lo razonable el mandato de unos magistrados del Tribunal Constitucional en funciones e inició una escalada de reivindicaciones regionalistas que Dios sabe cómo acabará.
- Aislamiento internacional de España: Todavía candidato, Rodríguez proclamó su intención de devolver a España al corazón de Europa. No se dio cuenta de dos cosas: que gracias a Aznar y al Partido Popular, España era un país con el que había que contar en Europa y en el mundo; y que eso que él llamaba pomposamente el corazón de Europa (es decir, la Francia de Chirac y la Alemania de Schroeder), además de ser minoritario en su oposición a la guerra de Irak, actuaba movido únicamente por intereses espureos. Añadió a esto una ofensa totalmente innecesaria a Estados Unidos al permaneces sentado al paso de su bandera (claro, que para alguien que considera que nación es un concepto discutido y discutible, el respeto a los símbolos nacionales es algo que ni contempla) y el aliarse con dictaduras asesinas como Cuba o Irán. La consecuencia no podía ser otra que la que reflejaban, una tras otra, las fotos de las cumbres en las que se condescendía la presencia de España, siempre mendigada: España, encarnada en su presidente del Gobierno, se encontraba relegada a un rincón, cuando no totalmente solitaria.
- Sectarismo: Desde que llegó al Gobierno, Rodríguez actuó de un modo sectario. Esto se refleja, sobre todo, en dos aspectos: su pretensión de aislar a media España mediante el llamado cordón sanitario contra el Partido Popular; y el trato inicuo y miserable a las víctimas del terrorismo, que se puede sintetizar en aquel yo también sé lo que es sufrir, a mi abuelo le mataron en la guerra que dirigió a la madre de Irene Villa.
- Cultura de la muerte: Para un nihilista ideológico y un inane intelectual como Rodríguez, lo natural es seguir los pasos de un monstruo como Adolf Hitler. Por ello, no es extraño que las manifestaciones de Bibiana Aído, diciendo que un feto es un ser vivo, pero no un ser humano, sean una transposición casi calcada de las que el genocida austriaco pronunció respecto de los judíos.
- Anticatolicismo beligerante: Su proclamación de laicismo no escondía nada más que un profundo anticatolicismo. No antireligiosidad, puesto que ni él ni sus seguidores han hecho nada que no sea humillarse ante el Islam; no anticristianismo, porque ni protestantes, ni ortodoxos, ni coptos, ni anglicanos, ni ninguna de las demás confesiones cristianas han merecido un minuto de su inquina. Puro y simple anticatolicismo, porque sabe que España y catolicismo son inseparables, y que atacando el uno atacaba a la otra.
- Memoria histórica: Superadas hace décadas las heridas de la Guerra Civil, Rodríguez volvió a abrirlas. Se proclamó heredero de la Segunda República, intentando ganar, tres cuartos de siglo después, una guerra que la izquierda promovió, provocó y perdió. Y todo lo hizo con la cobardía y el carácter miserable que le son propios, como cuando retiró de noche, so capa de homenaje al genocida de Paracuellos del Jarama, la estatua de Francisco Franco que había en Nuevos Ministerios; o como cuando, buscando joder (lo siento, no hay otra palabra) a los cristianos y a los de derechas, inició unas obras en el Valle de los Caídos que tuvieron el efecto contrario, puesto que la asistencia a las ceremonias religiosas, en mitad del crudo invierno de la Sierra de Guadarrama, aumentó en lugar de disminuir.
- Estultocracia: En los gobiernos de Rodríguez no es que haya incluido a los mediocres: ha incluido a los estúpidos, y la cosa ha ido a peor conforme pasaban los años. Un estúpido acomplejado jamás pondría a su lado a nadie que le hiciese sombra. ¿El resultado? Un Gobierno en el que han acabado entrando indigentes intelectuales como Bibiana Aído o Leire Pajín.
- Haber echado tierra sobre el 11-M: Rodríguez llegó al gobierno pasando por encima de casi doscientos muertos y la violación de la jornada de reflexión por parte de Pérez. Mediante la destrucción de pruebas efectuada por sus terminales dentro de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, intentaron que la Justicia diera carpetazo al mayor atentado terrorista de la historia de Europa. Pero la verdad es testaruda, y se van descubriendo cosas. Y más que se descubrirán, seguro.
En realidad, tan sólo una cosa hay que agradecer de verdad a Rodríguez: al tiempo que destrozaba España, ha destrozado también al PSOE. En un país normal, esto supondría su desaparición o, al menos, su alejamiento del poder por un par de décadas. Pero, como he dicho a mi padre y a mi hermano, en España hay mucho gilipollas…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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