Leí la novela hace dieciéis o diecisiete años, mientras estudiaba
oposiciones, en dura competencia (la lectura, no las oposiciones) con mi padre
y mis dos hermanos. De hecho, nos íbamos pasando el libro unos a otros, pero
durante algún tiempo los cuatro leíamos el mismo volumen (no a la vez, por
supuesto). No me pareció lo mejor de Ken Follett (me siguen gustando mucho más La clave está en Rebeca y, sobre todo, Triple), pero reconocí su maestría en crear
una perfecta obra literaria de entretenimiento que te atrapaba casi desde la
primera página y no te permitía soltar el libro hasta que lo terminabas.
Aunque tenía la serie de televisión, no ha sido hasta la semana pasada que
terminé de verla. En cuanto al reparto, hay que admitir que clavaron los
actores, del primero hasta el último (y, para variar, es agradable ver a Rufus
Sewell en un papel que no sea de villano). Sin embargo, el guion dejaba, en mi
opinión, bastante que desear. Ya la novela tenía un cierto tonillo
anticlerical, especialmente en lo referente a las altas jerarquías (o, para ser
más precisos, en quienes pretendían escalar a esas altas jerarquías: Waleran
Bigod, para ser exactos); pero es que la serie lleva ese tonillo a extremos
casi histéricos, de nuevo en el caso de Waleran. La cosa se resume así: la
jerarquía es mala, los frailes –con excepciones, que siempre hay garbanzos
negros- son buenos. De todos modos, ya sabemos por dónde respira Ridley Scott,
productor de la serie…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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