La segunda parte de la novela
resulta simétrica a la primera. Si en la obra original el personaje se pasaba el
comienzo de la obra moviéndose por el mundo para acabar estancado en su isla
durante una larga temporada, en la segunda ocurre todo lo contrario: tras
volver a la isla y estar allí algún tiempo, solucionando problemas, parte en
busca de nuevas aventuras… que le impedirán volver a Inglaterra hasta diez años
después. Desde luego, Defoe inventó el personaje de dijo que se iba a por tabaco y desapareció, porque Crusoe pasa más
de la mitad de su vida fuera de Inglaterra.
Esta segunda parte tiene el mismo
sesgo ideológico que la primera: los católicos (léase, los papistas) en general
y los españoles en particular son pérfidos y se pasan la vida masacrando
indígenas y quemando herejes, aunque algunos de unos y otros se salven y
resulten ser personas honorables e incluso dignas de respeto. Sin embargo,
cuando llega el caso, Crusoe muestra el mismo celo exterminador de salvajes
(Madagascar, Siberia) y destructor de ídolos que tanto critica en otros. Pero
ya se sabe, Gran Bretaña fue el faro civilizador del mundo mundial y parte del
extranjero…
Para finalizar, un detalle:
teniendo en cuenta el afecto que aparentemente el personaje profesaba a
Viernes, no pierde ni cinco minutos en llorarle cuando el amerindio desaparece
de escena.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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