Tras las elecciones presidenciales
francesas de la última primavera empezó a circular por Internet un correo en el
que se señalaban una serie de medidas que, al parecer, había tomado el
presidente recién elegido, Hollande, como modo de recortar el gasto público sin
recortar las prestaciones (llamadas) sociales. Yo lo puse bastante en
cuarentena, porque indicaba que, entre otras, cosas, se habían eliminado las
subvenciones a la Iglesia Católica; y si hay un país laico de verdad en Europa,
ese es Francia.
El tono del mensaje estaba claro:
contra las medidas que estaba tomando la derecha en España (medidas
insuficientes y en algunos casos incluso equivocadas, eso es innegable), la
izquierda en Francia había logrado encontrar otra manera de hacer las cosas para salir de la crisis.
Pero la realidad es tozuda, y la
mentira tiene las patas muy cortas. Esta misma semana ha saltado la noticia:
Hollande ha anunciado un recorte de treinta y tres millardos de euros. Que es
sólo la mitad de lo que debería ahorrar España, pero que se parece
sospechosamente a lo que se ha dicho que se haga al Sur de los Pirineos.
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