En
cualquier movimiento tendente a cambiar el orden establecido, podemos
distinguir dos partes: una, minoritaria, formada por las mentes pensantes que inician el proceso, confiando en controlarlo y
en situarse en la cúspide una vez terminado la (llamémosle así) revolución; y
otra, mayoritaria, formada por la masa, arengada por la minoría y que confía en
un futuro mejor. Dentro de esta masa existe a su vez un sector más exaltado,
más extremista, verdadera carne de cañón o tontos
últiles al que la minoría anterior usa como punta de lanza contra el orden
establecido.
Sin
embargo, sucede frecuentemente que las mentes
pensantes se pasan de listas y que las cosas se les van de las manos. Los
elementos exaltados lo son hasta un punto que devienen incontrolables y, en
ocasiones, se vuelven contra aquellos que les azuzaron. Ocurrió en la
Revolución Francesa, cuando los jacobinos iniciaron el Terror que acabó
devorándoles a ellos; ocurrió en la Rusa, cuando las concesiones iniciales
dieron fuerza a los bolcheviques, que acabaron haciéndose con el poder; ocurrió
en Vascongadas, cuando el PNV alimentó a ETA y ésta prácticamente les ha comido
el terreno; y parece que así ocurrirá en Cataluña.
En
efecto, en una huida hacia adelante para tapar sus vergüenzas y su inepcia
gestora, los sedicentes nacionalistas moderados
se han lanzado hacia la proclamación de la independencia, proceso en el que IRC
y demás grupúsculos radicales serían los tontos
útiles. Pero, con el proceso recién iniciado, la cosa amenaza ya con
írseles de las manos. En un acto de exaltación necionanista como es el partido de la selección catalana de fútbol
(esa en la que al parecer tan a gusto habría militado Guardiola, si los malvados españoles no le hubieran
obligado a jugar en la española), la cosa resultó un fiasco: el seleccionador,
un holandés, habló a sus seleccionados… ¡en español!; y el público silbó a
Arturo Mas, el autoproclamado Moisés que ha de conducirles a la tierra
prometida de la independencia.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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