Quizá alguna vez, hace mucho tiempo, el Fútbol
Club Barcelona fue una entidad con vocación, llamémosle así, integradora y no
excluyente. No lo sé, no soy tan viejo. Lo que sí es cierto es que desde hace
cosa de un cuarto de siglo, en justa correlación con el necionanismo catalán, lo que se proclamaba como más que un club ha pasado a ser poco
menos que la sección de los coros y danzas de aquellos que odian a España en
esa región pequeñita de una esquina de España, que diría Guardiola.
Quizá se deba, en parte, en una sucesión de
presidentes que, uno detrás de otro, van haciendo buenos a sus predecesores en
la poltrona. Gaspart hizo bueno a Núñez, y se convirtió en el mejor presidente
del Barcelona hasta la fecha… para el Real Madrid. Tras él vino Laporta, que
convirtió al exaltado Gaspart en casi un moderado. Al aspirante a mesías
catalán le sucedió Rosell, que si no ha superado todavía al stripper aeroportuario en hundir
ideológicamente a la entidad, camino va de ello.
La última boutade
ha sido decir que la mejor manera de demostrar que se siente el Barça es hablar en catalán. Semejante necedad no necesita
ser rebatida por nada más que la realidad; sin embargo, el presidente del otro
gran club de Barcelona –un club que tiene como colores los (presuntos) de un almirante, aunque nacido en Italia, al servicio de la Corona de Aragón, y no
los de un suizo al que han tenido que catalanizar el nombre de pila- ha
señalado muy acertadamente que ni todos los culés hablan catalán ni todos los catalanes son del Barcelona.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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