Tradicionalmente, los futbolistas no se
metían demasiado en política. La cosa empezó a cambiar cuando Iríbar, que fue
portero del Athletic de Bilbao y de la selección española, se declaró seguidor
de Batasuna. Pero no pasó nada, era libertad de opinión.
Más tarde aparecería Oleguer, aquel
futbolista que militó en las filas del Barcelona (entonces no tanto el Farça) y se declaró independentista
catalán, indicando que no le gustaría defender la camiseta de España. Pero no
pasó nada, era libertad de opinión… y de decisión de los seleccionadores, que
no le convocaron.
Luego vendrían las proclamaciones
independentistas de clubes completos, como el ya citado Athletic, la Real
Sociedad o (ahora ya sí) el Farça…
pero no pasó nada, era libertad de opinión.
Pero Salvador Ballesta ha tenido la
desfachatez de considerarse español y de declarar públicamente su amor a
España. Y claro, eso ha molestado al sector más cenutrio de la afición del
Celta de Vigo (o eso se dice), espantado ante la posibilidad de que semejante individuo fuera segundo entrenador de su
club.
Debe ser que no se han enterado de que una
cosa es la política y otra el fútbol. Que se lo pregunten si no a Javier
Clemente, que siendo nacionalista vasco fue seleccionador español.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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