En el segundo volumen de su saga, Martin
prosigue con las notas definitorias del primero (multiplicidad de puntos de
vista, acción incesante, gran número de personajes), aumentando el reparto
todavía más. Personajes que podían resultar antipáticos al lector (como es el
caso del Perro) empiezan a mostrar rasgos que, en cierto modo, les redimen,
mientras que otros por los que se podía sentir una cierta simpatía (caso de
Theon Greyjoy) muestran rasgos ciertamente despreciables. También es de destacar
la evolución de un personaje como Danaerys Targarian, que a pesar de su
juventud (recordemos que en la novela, a diferencia de la serie de televisión,
tiene sólo catorce años) empieza a desarrollar (a la fuerza ahorcan) un
carácter a tener en cuenta. Finalmente, Tyrion Lannister sigue siendo uno
de los personajes por los que el autor siente una simpatía más evidente, hasta
tal punto que parece ser la única persona de su familia en la que se podría
confiar que cumpliese la palabra dada… a pesar de aquello de que un Lannister siempre paga sus deudas.
Un detalle que no me gusta demasiado (quizá paradójicamente, teniendo en cuenta lo que me gusta El Señor de los Anillos) es que empieza a cobrar fuerza un elemento que podríamos llamar mágico o místico que estaba prácticamente ausente en el primer volumen.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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