martes, 24 de febrero de 2015

Profuso, confuso y difuso

Lo peor de los retroprogres no son sus ideas trasnochadas, sus recetas inútiles, su sectarismo rampante, su estulticia galopante o su hipocresía aplastante. No. Todo eso, con ser malo, resulta casi disculpable en los pobrecitos.
Lo verdaderamente insufrible es lo cursis que son cada vez que abren la boquita y se ponen a soltar sus tonterías. Porque todas las soflamas que acarrean pueden soltarse con gracia, con elegancia incluso, con dignidad. Julio Anguita sería un buen ejemplo de eso. Hasta su programa, programa, programa tenía un peso, una cadencia, que hacía que los que no compartimos sus ideas pudiésemos respetarle intelectualmente.
Nada de eso queda en la izmierda. Empezando por el manido compañeros y compañeras y terminando por el nosotros y nosotras (que, afortunadamente, mis oídos nunca han tenido que sufrir en directo, pero que me han dicho que se dice), el habla políticamente correcto sólo tiene un punto a favor: como tardan el doble en decir las cosas, en el mismo tiempo sólo son capaces de decir la mitad de chorradas.
Lo cual no evita que no sepan apartarse del lugar común y las construcciones alambicadas. Por ejemplo, la nunca desahuciada Ada Colau (porque nunca ha tenido, no ya una hipoteca, sino siquiera un piso) se ha despachado diciendo que la élite política y económica que nos gobierna es una mafia organizada.
Vamos a ver, Adita: si son una mafia, están organizados; si están organizados, son una mafia; si no lo estuvieran, serían menos que una banda de chorizos. Anda, vuelve al colegio, si es que alguna vez pasaste por allí, y repite las clases de Lengua Española, a ver si se te queda algo.

¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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