El
problema del actual gobierno de España no es que no haga reformas, sino que las
hace poco y mal. Con su ineludible actitud de maricomplejines, iniciativas destacables en su planteamiento acaban
siendo algo completamente descafeinado y poco efectivo, que responden
perfectamente al refrán español de para
este viaje no necesitábamos alforjas.
El
último ejemplo (de momento… en política, lo último siempre es lo último de
momento) ha tenido lugar hace poco, cuando se ha aprobado el anteproyecto de la Ley de Unidad de Mercado. Por un lado, la presión de las comunidades autónomas
(ese nefasto invento de la Constitución de 1.978) ha hecho que la unidad no sea
tal; por otra parte, se mantienen la vigencia de las leyes autonómicas que
obligan al uso de la lengua regional en el etiquetado o los comercios (o, más
bien, prohíben el uso del español, única lengua que todos los españoles tienen
el deber de conocer… y el derecho a usar), con lo que la libertad de mercado se
va por el mismo sumidero que la unidad que da nombre al texto legal.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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