Como cristiano, no debería alegrarme por la
muerte de ningún ser humano, aunque sea la de un desalmado que ha ordenado la
muerte de otras personas. Pero tampoco nadie puede obligarme a sentir su
desaparición.
Cuando leí la noticia de la muerte de Thierry como consecuencia de un infarto
cerebral, lo primero que pensé es que en los terroristas el cerebro no se trata
de un órgano vital. Pero luego caí: los etarras, desgraciadamente, no carecen
de cerebro. Lo que les falta es el corazón.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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