Gente que le conoce personalmente
sostiene que Pedro Solbes es una eminencia. Yo, la verdad, no estoy tan
convencido, visto como nos ha metido en dos crisis monumentales cuando ha sido
ministro.
Por otra parte, corre el rumor de que
él no quería ser ministro con Rodríguez. Es comprensible: olvidada su gestión
como último ministro de Economía de la etapa González merced a una discreta (en
el sentido de no llamativa) actuación como comisario europeo, no tenía nada que
ganar, y sí mucho que perder, volviendo a la política nacional. Siempre me he
preguntado por qué, si no quería ser ministro de nuevo, aceptó serlo. Cuando he
formulado la pregunta en voz alta me han contestado que hay cosas a las que uno
no puede decir que no. Nunca me ha convencido esa respuesta: si uno no quiere
hacer algo que no tiene por qué hacer, no lo hace y punto.
Según escribo se me ocurre que quizá
aceptara viendo que la alternativa que se planteaba (en aquellos momentos, la
única parecía Miguel Sebastián) era todavía peor. Pero eso supondría un nivel
de patriotismo y de espíritu de servicio público que no abunda precisamente en
la clase política española. Y semejante nivel de principios se contradice
(estaba dudando entre poner contradeciría
o contradiría) con el hecho de que,
en el debate de campaña con Pizarro, Solbes mintió clamorosamente, no ya sobre
las perspectivas de futuro, sino sobre las circunstancias de presente.
Ahora, al publicar sus memorias,
Solbes ha revelado sus desacuerdos
con Rodríguez. Semejante revelación, amén de llegar tarde, no hace más que
echar leña al fuego de su nefasta gestión, sólo hecha buena por la de quien le
sustituyó…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!