Hace ya una semana larga que terminó
la huelga de limpieza en Madrid. Con independencia de las críticas que
recibiera, lo cierto es que la alcaldesa supo mantener el pulso que le echaron
los sindicatos (quizá lo matuviera por estrategia, quizá por soberbia o quizá
por inconsciencia, pero el caso es que lo mantuvo) y la jugada no le salió mal
del todo.
Sin embargo, ahora quiero llamar la
atención sobre las declaraciones de los sindicatos cuando Ana Botella dio un
plazo de cuarenta y ocho horas antes de recurrir a la empresa pública Tragsa
para hacer el trabajo que la empresa contratada tenía encomendado. En efecto,
Comisiones Obreras dijo que esperaba que no hubiese hasta heridos cuando se cumpliera el ultimátum. Analicemos lo que dijeron: hasta heridos. Es decir, que si finalmente se recurría a Tragsa
para limpiar el estercolero en que habían convertido a la villa y corte, podían
producirse heridos. ¿Entre quiénes? ¿Y por parte de quién? No entre los
sindicalistas, puesto que los trabajadores de Tragsa a lo que iban es a eso, a
trabajar. Sería entre los que limpiaban, entonces. ¿Y quiénes les iban a herir?
Pues los huelguistas, claro. Lo cual demuestra la catadura moral de aquellos
que dicen defender a los trabajadores y que en general se limitan a defenderse
a ellos mismos.
También amenazaron con querellarse
contra Botella por reventar la
huelga. Pero vamos a ver: si los trabajadores están en su derecho de hacer una
huelga, los empleadores (en este caso, el Ayuntamiento de Madrid) está en el
suyo de intentar que esa huelga fracase, siempre y cuando emplee medios legales
y legítimos. Pero eso no les vale a los sindicalistas, para los que, como ya
dijo Paulino Iglesias, la ley sólo vale mientras convenga a sus intereses…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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