lunes, 15 de febrero de 2010

Giligoyas

No está entre mis costumbres la de ir a una sala de cine a ver una película española. En toda mi vida, no creo que pasen de una docena las ocasiones en las que tal circunstancia se ha producido: El perro del hortelano, las tres (de momento) de la saga Torrente (la peor, con diferencia, la segunda), las dos de Mortadelo y Filemón (infinitamente peor la segunda, por ese tremendo afán de cualquiera con el apellido Bardem de demostrar lo progre que es), El otro lado de la cama, Alatriste y Planet 51. Si contamos las que he visto voluntariamente (esto es, no porque las echaran por televisión, sino por haberlas visto en video o DVD), habria que sumar Canción de cuna y Volver. Me pasé: once nada más.

No es sólo que, en general, el cine español me parezca malo, chabacano, repetitivo, ombliguista, vulgar, zafio e insultantemente progre, en el peor sentido de la palabra (aunque ¿tiene alguno bueno?). No es sólo que el gremio de los titiriteros, con honrosas aunque escasas excepciones (precisamente por eso son excepciones), me resulte repugnantemente progre a la par que hipócrita: abominan de Jolibú, pero pierden el culo por trabajar allí; se proclaman de izquierdas, pero viven como nos gustaría vivir a los de derechas; son artistas, pero no tienen empacho en producir películas de folclóricas. No es sólo que ya he pagado la entrada con mis impuestos, y no me apetece pagar dos veces por algo que, en la inmensa mayoría de los casos, me va a desagradar.

Es todo eso mezclado. Es el hecho de que, aunque la película sea buena (como puede ser Volver), aunque el director tenga talento (indudable en los casos de Amenábar y Almodóvar), aunque los actores sean magníficos (dicen que Javier Bardem lo es, pero no lo sé: nunca he visto una película suya), me resulta imposible separar al repugnante ser humano del excelso artista. Me ocurre algo parecido con García Márquez: siempre he dicho que reconozco que es un gran cuentista (en el sentido de que cuenta muy bien sus historias, no en el otro… no seáis mal pensados…); pero que me es imposible separar al filocastrista del Nóbel de Literatura.

Dicho lo cual, si algo me ha alegrado de la gala de los Premios Goya de anoche, han sido dos cosas: primera, que Celda 211 haya conseguido más premios que Agora; y segundo ,que, por fin, la mayoría de los varones haya ido con traje y corbata (Jaenada, vaya pintas…).
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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