Cosas
como el debate electoral en Cataluña hacen que uno pierda la poca fe que pueda
tener todavía en los políticos. En cualquiera de ellos. En un país normal, a
Mas se le preguntaría por las acusaciones de corrupción que han aparecido en
algunos periódicos últimamente. En España, en cambio, no se ha hecho.
Que
no lo haga Navarro, el candidato socialista, tiene su explicación, ya que su
partido gobernó en Cataluña hasta no hace demasiado tiempo, y cerraron la boca
cuando, tras mencionar el asunto del tres por ciento, los nacionalistas les
chistaron.
Pero
que calle Sánchez-Camacho, candidata del Partido Popular, no tiene explicación.
Bueno, miento: tiene una. Iba a decir que el Partido Popular apenas ha rascado
poder en Cataluña, por lo que, de haberse ensuciado, lo habría hecho en mucha
menor medida que los otros dos partidos. De seguir con su actual actitud,
maricomplejines total, es poco probable que lo rasquen alguna vez. Sin embargo,
ellos parecen creer que esa postura de no hacerse antipáticos les proporcionará
rendimientos. Personalmente, lo dudo: ni con los nacionalistas (partidos o
votantes), que siempre les considerarán extranjeros,
aunque sean más catalanes que, por ejemplo, los aragoneses Pérez o Durán y
Lérida; ni con sus propios votantes, que pensarán –pensaremos- que nos están
traicionando… y tendremos razón.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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