Centennial es una obra
importante (relativamente hablando) para mí por varias razones. Para empezar,
fue la primera serie (que nos serial) de televisión que seguí (llegué tarde
-era demasiado pequeño, quiero decir- para Hombre
rico, hombre pobre, Capitanes y reyes
o Raíces). Por otra parte, fue el
primer libro verdaderamente largo que leí. De hecho, con sus casi mil
quinientas páginas, sigue siendo el libro más largo que he leído (no cuento los
Episodios Nacionales ni la Biblia, ya que son obras compuestas de
otras obras). Finalmente, aunque con ayuda, ha dado lugar a la mejor serie de
carátulas que he producido: modestamente, creo que superan, y de largo, a las
oficiales de la serie (mío sólo es el mérito del diseño; el retoque gráfico
corresponde a un buen amigo mío con mucha mejor mano que yo para estas cosas).
Pues bien, en uno de los episodios hay una
estrofa de cuatro versos. Resulta poco importante, casi anecdótica, pero desde
que leí el libro por primera vez, hace ahora casi treinta años, se me quedó
grabada:
El buen Finlay Perkin es puro temblor
Inútil extremo de un lazo vacío
Destiñó su tinta de azul esplendor
Ninguna esperanza le queda ya al tío
Centennial
Capítulo 10 – Olor a oveja
¡¡¡VIVA
ESPAÑA!!!
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