Los británicos son una nación
admirable. Cuando se trata de sus intereses nacionales son una piña, ya se
trate de hacer frente al ataque de la Alemania nazi o de defender lo
indefendible. Como leí en un episodio de El
corsario de hierro –desconozco si el guionista se inventó la frase o si
esta existía verdaderamente-, son fieles al principio de con razón o sin razón, mi país es lo primero.
Esto no implica que siempre tengan
razón (y menos que los que se encuentren frente a ellos se la den), sino
únicamente que es encomiable el modo en el que todos a una adoptan una postura
de patriotismo. Si los españoles hiciésemos lo mismo, otro gallo nos habría
cantado a lo largo de los siglos.
Viene este comentario a raíz de las
últimas actuaciones de las autoridades de esa cueva de piratas que es
Gibraltar. Desde que Felipe V cedió al Reino Unido la plaza de Gibraltar, los llanitos han hecho caso omiso de los
tratados internacionales para aquello que no les convenía (en esto casi
resultan precursores de la izquierda española y de Paulino Iglesias, fundador
del PSOE) y poco a poco han ido ampliando su territorio. Su última fechoría ha
consistido en lanzar bloques de hormigón en la bahía de Algeciras, con el doble
propósito de dificultar la faena de los pescadores españoles y, parece, tender
una línea telefónica submarina.
Afortunadamente, en el Ministerio de
Asuntos Exteriores español ya no están ni Curro
Desatinos ni la señorita Trini,
sino alguien que parece tener las ideas bastante más claras, y que ha acusado a Gibraltar de violar la legislación europea (eso, por no hablar de los principios generales del Derecho
Internacional).
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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