Los políticos en general son gente
sectaria (sé de lo que hablo, me lo han llamado: sectario, claro, no político).
Pero con una diferencia: los de derechas son unos acomplejados, mientras que
los de izquierdas son unos sinvergüenzas. Sólo así se explique que se condene
la apología del nazismo o el negacionismo del holocausto, mientras que es
respetable la defensa del comunismo o la exaltación de Iosif Vissarionovich
(ideología tan asesina como el nacionalsocialismo y demente tan genocida como
el frustrado pintor austriaco).
Además, mientras que la derecha no
pretende decirle a la izquierda lo que tiene que hacer, la izquierda se pasa la
vida diciendo a los que no piensan como ellos lo que (según ellos) deberían
hacer. Especialmente en el caso de la Iglesia (católica, claro, en las demás
confesiones cristianas ni piensan), de la que opinan sin parar: no creen en el
infierno ni en el pecado, pero critican que la Iglesia no esté de acuerdo con
la homosexualidad (por lo visto, la práctica islámica de ahorcarles colgados de
una grúa es perfectamente respetable); no consienten que nadie opine sobre su
organización, pero ellos se pasan día y noche opinando sobre este o aquel
jerarca católico (y, especialmente, sobre el Papa de turno); y promulgan una
sedicente Ley de Memoria Histórica, pero reclaman al Papa que suspenda la beatificación de medio millar de mártires españoles de los años treinta.
En su desvarío, llegan a criticar que
la Iglesia sólo beatifique a los suyos.
Dejando aparte el hecho de que la izmierda
retroprogre ya tiene sus santos laicos,
como García Lorca o Miguel Hernández, no es que el ser asesinado por las hordas rojas sea un billete para los
altares, hay que, además, haber sido martirizado por causa de la Fe. De lo
contrario, hasta Andrés Nin podría llegar a santo…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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