Cuando hace diez días vi en televisión la noticia del fallecimiento de María de Villota, he de confesar que me quedé helado. Después de cómo había sobrevivido, física y emocionalmente, al terrible accidente que había sufrido haciendo lo que más le gustaba, cualquiera esperaba que estuviera viva todavía durante muchos años, salvo imponderables. Sin embargo, el accidente le dejó más secuelas que las meramente visibles, y parece que fue como consecuencia de esas secuelas que falleció.
Y si la noticia de la muerte me sorprendió, la reacción de su familia me sorprendió igualmente, aunque en un sentido diametralmente opuesto. Tal aceptación del fallecimiento de un ser querido sólo es posible desde una profunda fe cristiana. Y expresarlo en una cultura tan desacralizada y anticatólica como la española actual requiere también una alta dosis de valor.
Desde hace unos años he pensado que la Fe es un inmenso regalo que Dios les hace a algunos. Tenerla permite sobrellevar acontecimientos terribles en lo personal que, de otro modo, serían sencillamente insoportables. Y cuanta mayor es la Fe, más grande es el consuelo.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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