martes, 11 de febrero de 2014

Antes se coge a un mentiroso que a un cojo

Cuando me alegré de que el Barcelona fichara a Neymar era sólo porque eso suponía meter dos gallos en el mismo corral. Jamás supuse que el negocio tendría efectos colaterales del calado de los que ha provocado.
Al principio, todo parecía una guerra de cifras entre los dos colosos del fútbol español: que si el futbolista les había costado apenas sesenta millones de euros a unos (los culés), que si a los otros (los merengues) les habría costado casi cien millones más… Aparentemente, todo iba a quedar en un intercambio de titulares y declaraciones encendidas. Pero hete aquí que un socio del Farça tuvo la desfachatez, cometió la imperdonable herejía, osó cuestionar la palabra incuestionable del presidente de la entidad. Y como por el hilo se saca el ovillo, el susodicho presidente, a punto de ser imputado (como él mismo había reclamado apenas veinticuatro horas antes… y es que hay que tener cuidado con lo que se pide, no sea que te lo concedan) tuvo que dimitir… mientras su sucesor comenzaba a admitir que sí, que bueno, que puede que no costara los cincuenta y tantos millones (quién pillara ese y tantos… o incluso una centésima parte) que se dijo, sino cerca de noventa… que se sepa, de momento.
Eso sí, aparentemente todo ocurrió por envidia. Es decir, que la envidia del eterno rival fue la que les hizo mentir, ocultar y defraudar. Pues me parece que semejante circunstancia no está entre las que el Código Penal contempla como atenuantes o eximentes…

¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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