Cuando me alegré de que el Barcelona
fichara a Neymar era sólo porque eso suponía meter dos gallos en el mismo
corral. Jamás supuse que el negocio
tendría efectos colaterales del calado de los que ha provocado.
Al principio, todo parecía una guerra
de cifras entre los dos colosos del fútbol español: que si el futbolista les
había costado apenas sesenta millones de euros a unos (los culés), que si a los
otros (los merengues) les habría costado casi cien millones más… Aparentemente,
todo iba a quedar en un intercambio de titulares y declaraciones encendidas. Pero
hete aquí que un socio del Farça tuvo
la desfachatez, cometió la imperdonable herejía, osó cuestionar la palabra
incuestionable del presidente de la entidad. Y como por el hilo se saca el
ovillo, el susodicho presidente, a punto de ser imputado (como él mismo había
reclamado apenas veinticuatro horas antes… y es que hay que tener cuidado con
lo que se pide, no sea que te lo concedan) tuvo que dimitir… mientras su
sucesor comenzaba a admitir que sí, que bueno, que puede que no costara los
cincuenta y tantos millones (quién pillara ese y tantos… o incluso una centésima parte) que se dijo, sino cerca de
noventa… que se sepa, de momento.
Eso sí, aparentemente todo ocurrió por envidia. Es decir, que la envidia
del eterno rival fue la que les hizo mentir, ocultar y defraudar. Pues me
parece que semejante circunstancia no está entre las que el Código Penal
contempla como atenuantes o eximentes…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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