La discrepancia en materia ideológica
es admisible (cualquiera tiene derecho a defender sus opiniones, aunque estas
sean erróneas) y hasta necesaria (para depurar las propias). Pero lo que no puede
amparar nunca la libertad de expresión es la mala educación, pues se pierde la
razón, poca o mucha, que se tenga.
El aborto, en concreto. Se ponga uno
como se ponga, el aborto es un asesinato, puesto que se trata de un homicidio
en el que concurren circunstancias agravantes como la premeditación y el abuso
de superioridad. Ahora bien, hay ocasiones en las que existen circunstancias
atenuantes o incluso eximentes. Por eso, hasta los gobiernos de izquierdas al
regularlo han hablado de despenalización
parcial del aborto, lo que quiere decir que, por las razones que sean
(convicción sincera, miedo o puro cálculo) lo siguen considerando como algo
digno de ser castigado salvo en ciertos casos.
De un tiempo a esta parte, a las
activistas del grupo conocido como Femen les ha dado por montar sus numeritos
en España, plantándose donde sea con las domingas al aire y gritando
incongruencias tales como que el aborto es sagrado (siendo sagrado algo
referido a la divinidad, y nada puede haber más alejado de la misma que el
aborto) o que en su cuerpo mandan ellas (siendo el feto algo que está dentro
del cuerpo de la mujer, pero que no es parte de ella). Uno de sus últimos actos
lo protagonizaron presentándose ante el cardenal arzobispo de Madrid, José
María Rouco Varela, y arrojándole bragas manchadas de rojo. Toda una muestra de
educación y elocuencia… salvo que la sangre supuesta simbolizara la de los
fetos asesinados, cosa que no creo.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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