Tradicionalmente se ha venido haciendo
una distinción, tanto en Cataluña como en Vascongadas, entre nacionalistas moderados y extremistas. Estos últimos serían los malos, mientras que los primeros serían los buenos. Como si pudiera haber nacionalistas buenos (buenos para
alguien que no sean ellos mismos, se entiende).
Cualquiera con un mínimo de
objetividad vería que la distinción entre unos y otros no vendría dada por su
grado de maldad, puesto que ambos son igualmente perversos y malvados, sino por
el recurso, mediato o inmediato, a la violencia. Los nacionalistas violentos
emplean la herramienta con una violencia, y no tienen escrúpulo alguno en
mostrar el desprecio que les merece la vida de los que no piensan como ellos. Desprecio
que comparten con los nacionalistas moderados,
que no recurren a la violencia… porque no lo necesitan, ya que para eso están
los violentos. Esta dicotomía la
verbalizó perfectamente el ex jesuita Javier Arzalluz cuando dijo aquello de unos sacuden el árbol y otros recogemos las
nueces.
Que la moderación de los moderados no
era tal resulta cada vez más evidente hasta para quienes no querían verlo. Porque
no resulta demasiado moderada la
quema de banderas de España, Francia y la Unión Europea (pero ¿no habíamos
quedado que seguirían en Europa aunque se fueran de España? Si es que no se
aclaran ni ellos mismos), acto que ha tenido lugar en el llamado pino de las tres ramas (que no sé dónde
queda ni, la verdad, me importa) gracias
a unos encapuchados… y al líder emergente de CDC tras la dimisión de Oriol
Pujol.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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