La última novela de Frederick Forsyth
sigue la línea de las novelas que ha escrito tras el cambio de siglo. Desaparecida
la Unión Soviética y sus países satélites, ahora el enemigo es el terrorismo,
ya sea el de los traficantes de drogas o –más frecuentemente- el de los
fundamentalistas musulmanes.
Sin necesidad de recurrir a tramas de
alta política, Forsyth nos presenta a un malo escurridizo y despiadado y a un
bueno tenaz e infatigable. Tras trescientas páginas, la cosa se resuelve en las
últimas diez o veinte páginas.
Para resumir, se trata de una novela
entretenida, de un nivel aceptable para cualquier escritor pero que hace añorar
los tiempos magistrales en los que el autor británico creaba obras de arte como
Odessa o Chacal, o llevaba –en mi opinión- su estilo a su culminación con La alternativa del diablo, la obra por
la que le conocí.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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