sábado, 19 de octubre de 2013

Desmemoria histérica

Los políticos en general son gente sectaria (sé de lo que hablo, me lo han llamado: sectario, claro, no político). Pero con una diferencia: los de derechas son unos acomplejados, mientras que los de izquierdas son unos sinvergüenzas. Sólo así se explique que se condene la apología del nazismo o el negacionismo del holocausto, mientras que es respetable la defensa del comunismo o la exaltación de Iosif Vissarionovich (ideología tan asesina como el nacionalsocialismo y demente tan genocida como el frustrado pintor austriaco).
Además, mientras que la derecha no pretende decirle a la izquierda lo que tiene que hacer, la izquierda se pasa la vida diciendo a los que no piensan como ellos lo que (según ellos) deberían hacer. Especialmente en el caso de la Iglesia (católica, claro, en las demás confesiones cristianas ni piensan), de la que opinan sin parar: no creen en el infierno ni en el pecado, pero critican que la Iglesia no esté de acuerdo con la homosexualidad (por lo visto, la práctica islámica de ahorcarles colgados de una grúa es perfectamente respetable); no consienten que nadie opine sobre su organización, pero ellos se pasan día y noche opinando sobre este o aquel jerarca católico (y, especialmente, sobre el Papa de turno); y promulgan una sedicente Ley de Memoria Histórica, pero reclaman al Papa que suspenda la beatificación de medio millar de mártires españoles de los años treinta.
En su desvarío, llegan a criticar que la Iglesia sólo beatifique a los suyos. Dejando aparte el hecho de que la izmierda retroprogre ya tiene sus santos laicos, como García Lorca o Miguel Hernández, no es que el ser asesinado por las hordas rojas sea un billete para los altares, hay que, además, haber sido martirizado por causa de la Fe. De lo contrario, hasta Andrés Nin podría llegar a santo…

¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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