domingo, 18 de marzo de 2012

Cableando la casa

Todo comenzó a principios de este año. Mi padre y yo, de camino a casa de un primo de mi padre, pasamos por el trabajo de mi hermano (después de aquello, nunca jamás volveré a quejarme de que mi lugar de trabajo está atestado de papeles, palabra). Allí vi lo que dio origen a todo: un RAID (creo que ese es el término) de discos SCASI. Evidentemente, conocía el concepto de las unidades de disco de red (en mi trabajo las tenemos desde hace muchísimo tiempo), pero nunca había visto tan de cerca una. Y como mi corolario a la Ley de Moore (esa que dice que la velocidad de los procesadores se duplica cada dieciocho meses) viene a ser que cuanto más grande sea un disco duro, antes se llenará (básicamente, porque si tienes espacio a raudales no piensas en economizarlo… hasta que ya no te queda espacio), una lucecita se encendió en mi cabeza, y pensé Hum… sería interesante tener algo así en casa.
Le comenté el asunto a un conocido mío –al que llamaremos el Niño del Reloj por motivos que no vienen al caso-, e inmediatamente se puso a investigar sobre las posibilidades. La primera idea fue utilizar una CPU en una torre con cuantas más bahías mejor, de hecho, estuvimos considerando una con siete bahías, lo que nos (me) permitiría tener hasta veintiún TB de almacenamiento (teniendo en cuenta que, de momento, los discos más grandes que conozco son de 3 TB). Los requisitos de hardware, dejando aparte los discos duros, no tendrían que ser elevados, puesto que el ordenador se limitaría a funcionar como servidor de red (algo que también llevaba años pensando, pero que nunca llevaba a cabo).
Sin embargo, no mucho después el Niño me dijo oye, ¿y si pones un NAS? Mi respuesta, claro, fue algo como ¿yesoquesloqués? Me lo explicó: puesto que lo que quería hacer era tener discos en red, que fueran visibles por todos los ordenadores de la casa, no era necesario recurrir a una CPU: bastaba con un sistema de discos de red, algo que tenía toda su lógica. Le dije que adelante y tras otro proceso de investigación me decidí por un Thecus N4100EVO, en el que coloqué (de momento) un disco de 3 TB.

El NAS, instalado y operativo
Estaba en mi casa, con mi flamante adquisición, hacia las seis de la tarde. Montar el hardware fue cosa de cinco minutos, como quien dice. Pero el software… ¡ay, amigo, con el software! Hasta las once no terminé. Quizá es porque estuviera un poco espeso, o porque no acertaba con la tecla correcta, pero no lograba ver el NAS en red. Ya me temía que el disco que había comprado no fuera compatible cuando logré hacer lo correcto y voilá, ya tenía mi NAS operativo. Puse a copiar los ficheros que tenía en mi ordenador (casi un TB) y me fui a descansar.

Los ficheros, copiándose en el NAS
El siguiente paso era hacer que el disco duro multimedia que tengo en el salón estuviera conectado a la red. Si iba a centralizar todos mis archivos de video en el NAS, el poder acceder a ellos sin levantarme del sofá y sin tener que haberlos copiado sería un lujo. Así que, de nuevo con la ayuda (presencial esta vez, y no a distancia) del niño del reloj me dispuse a intentarlo. Antes había hecho la prueba de reproducir un ISO ubicado en el NAS a través de la red. La cosa no fue perfecta (la fluidez no era total), pero deduje que un hardware y un software (los del disco duro multimedia) orientados específicamente a este cometido obtendrían un mejor resultado.

Router (izquierda) y splitter (derecha)

Lo primero fue conectar por cable el disco duro al splitter que había comprado para tener suficientes puertos de red (otro sabio consejo del niño del reloj). Costó un poco, porque me empeñaba en meterme en la red doméstica, cuando lo que había que hacer era ir a Workgroup, pero lo conseguí. Y, como había pensado, la reproducción de los ficheros era perfecta, fluida, no importaba lo grandes que fueran los mismos.
Una vez comprobada la viabilidad del asunto, el paso final era dejarlo bonito. Es decir, aprovechando que en todas las habitaciones (cocina incluida, aseos excluidos) de la casa hay registros ciegos, decidí aprovechar los del cuarto de los ordenadores y el salón para llevar el cable desde el splitter hasta el disco duro multimedia. Y para que la cosa no quedara demasiado cutre (un cable que entra en la pared y luego sale), decidí poner clavijas hembra de RJ-45. Serían unas falsas clavijas de red, puesto que de enchufar un ordenador a la del cuarto de los ordenadores sólo podría ver el disco duro multimedia, y no todo la red; pero darían el pego.

El cable, por el pasillo
Al principio pensamos en meter el cable de red por el mismo corrugado que usa el cable que me trae la señal de Internet; sin embargo, dos cables eran demasiado para el calibre del conducto, así que optamos –cuando ya habíamos metido toda la guía- por emplear el del teléfono que, al ser el viejo hilo de cobre de toda la vida, dejaba espacio de sobra.

La guía, asomando por el corrugado.
El conducto por el que finalmente llevaríamos el cable no aparece en la foto.

Como siempre, el colocar la segunda clavija llevó mucho menos tiempo que la primera.

La clavija RJ-45 hembra, instalada y plenamente operativa

Y, una vez estuvo todo montado, el niño del reloj se marchó a su casa… con mi agradecimiento y su (sana) envidia. Al día siguiente estrené la instalación viendo, de un tirón y sin tirones, El gigante de hierro (si no la habeis visto, os la recomiendo).
El disco duro multimedia gestionando los contenidos del NAS
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

No hay comentarios: