A semejanza de los relatos de Chrétien de Troyes, esta obra no se ocupa únicamente de narrar las aventuras del caballero que le da título (y las de todos aquellos que, de un modo u otro, traban relación con él), sino que constituye un tratado en toda regla acerca de los usos y normas de la caballería y del amor cortés (aunque no demasiado cortés, en ocasiones).
A lo largo del libro más largo que me he leído (hasta la fecha y probablemente por mucho tiempo, dado que el anterior ha resistido unos treinta años) desfilan una pléyade de personajes nominados e innominados que a veces resulta francamente abrumadora. En el caso de Lanzarote, para ser el mejor caballero del mundo, a veces resulta un poco bobalicón: al principio, cada vez que ve a Ginebra se queda como alelado, aunque esté en mitad de un torneo (torneos en los que muere gente a porrillo sin que pase nada), con lo que se las dan por todos lados; tarda trescientas páginas en darle un beso (y más bien es ella la que toma la iniciativa, como en todos los demás lances amorosos de la obra), y mil cuatrocientas en engendrar a Galahad, que en apenas doscientas páginas más alcanza la edad de quince años.
A pesar de lo largo de la obra, y de lo repetitivo de su esquema (Lanzarote se va en busca de aventuras, no se tienen noticias suyas, salen a buscarle, le encuentran, regresan a la corte y vuelta a empezar), no se hace en absoluto pesada, aunque me ha llevado cosa de un mes el terminarla.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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