Aunque se conozca como científico, el socialismo que recibe el nombre de su fundador tiene menos apoyo en la realidad que, pongamos por caso, los mitos griegos. Porque lo crearon entre un tío que jamás dio un palo al agua y el que le mantenía, un hijo de papá que probablemente tampoco tuviera callos en las manos.
Así las cosas, no es de extrañar
que sus epígonos, nunca demasiado dotados intelectualmente salvo para la maldad,
propongan sandeces a cual mayor. Si encima lo hacen con voz engolada, peor; y
si, para remate, su prosodia es sincopada, apaga y vámonos.
Ejemplo prístino -iba a poner acabado,
pero si eso es acabado, no quiero ni pensar lo que diría un ejemplar a
medio hacer- de lo que acabo de decir es la tucán de Fene, perita en cretineces
y doctora en puñaladas traperas, cuyo único logro en política es haber ido
traicionando, uno tras otros, a todos aquellos que le tendieron una mano en su
ascenso hacia el poder (mucho está durando el psicópata de la Moncloa).
Una de sus últimas memeces -las
fabrica a tal velocidad que es como con la informática, cuando estás comentando
lo último se ha convertido ya en lo penúltimo- ha sido pedir frenar la velocidad de los barcos para salvar al cachalote mediterráneo.
Sin pretender criticar semejante
preocupación ecologista, ¿por qué esa discriminación positiva hacia el gigante
odontoceto? ¿Qué pasa con las demás especies que pueden verse afectada por el
tráfico marino? ¿Qué ocurre con las mercancías que se transportan por mar? ¿Qué
sucede con los viajeros que transitan por el Mare Nostrum? Responde ahora,
Yoli, o calla para siempre.
No caerá esa breva…
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