Cuando Mariano Rajoy aupó (perdón por
el chiste fácil) a Soraya Sáez de Santamaría a primera línea de la política,
hubo quien dudó si daría la talla (nuevo chascarrillo). Como la mayoría de las
mujeres de la derecha, ha demostrado estar sobradamente preparada para las cada
vez mayores responsabilidades que han ido cayendo sobre ella, rayando a buena
altura (y van tres…) contra huesos tan duros de roer como la Vicevogue (hueso… y poco más), al lado
de la cual la otra Soraya es un
quiero y no puedo.
Tras la gala de los Goya, a la que el
ministro de Educación excusó su asistencia, Soraya la mala pidió la dimisión de Soraya la buena por la mencionada ausencia. Sin mencionar que se trataba
de un acto privado de una asociación privada, al que por tanto el ministro no
tenía ninguna obligación de acudir (y menos para que le pusieran como no digan
dueñas, aunque eso debería ir implícito en el cargo), la popular desmontó las
tesis populistas de la socialista señalando que Hemos ido al mismo instituto. Déjese de elitismos.
Eso creía ella. Eso creíamos todos. Pero
una semana después se descubrió que la socialista, como tantos de sus
conmilitones que dicen defender la enseñanza pública, siempre estudió en colegios privados y religiosos. No se les ocurre que la mejor manera de atacar
la enseñanza privada y/o religiosa sería decir mírenme, yo soy un producto de esa enseñanza, ¿quieren eso para sus
hijos?
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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