Hace un mes, el PSOE propuso algo que
debería ser la regla, y no la excepción: una votación secreta (con motivo de la
reforma en la legislación de despenalización parcial del asesinato de fetos),
cosa que hasta entonces sólo había ocurrido dos veces. El resultado en las tres
ocasiones fue el mismo: no se rompió la disciplina de voto.
Tanto en este caso como en el anterior
(con motivo de la intervención española en la posguerra de Irak), el PSOE
promovió la votación afirmando que, permitiendo votar a los parlamentarios de
acuerdo con sus propias convicciones y no bajo el control del partido (un mal
endémico de nuestro sistema parlamentario, basado en listas cerradas y
bloqueadas con circunscripciones provinciales), el resultado sería distinto.
Como ya he señalado, se equivocaron, y ni siquiera las moscas cojoneras votaron en contra de la política del partido.
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