El Gobierno de España debería haber
mostrado una mayor firmeza y contundencia ante los continuos desplantes y
provocaciones de los secesionistas catalanes, en lugar de emitir esas
declaraciones tan poco definitivas y concluyentes que tanto gustan al
presidente del Gobierno.
El problema es que con semejante
actitud se ha dado alas a quienes, agazapados, sólo esperaban la ocasión
propicia de dar rienda suelta a sus mezquinas ambiciones egoístas. Primero fue
el cacique canario, Paulino Rivero, que ha planteado un referéndum para
determinar si España puede o no realizar prospecciones petrolíferas en el
archipiélago.
A continuación, los terroristas de ETA
han pedido (¿pedido? ¿No será más bien exigido?)
al Partido Nacionalista Vasco que inicie un proceso unilateral de independencia, colocando (a mi modo de ver) a los herederos de Sabino Arana
ante una alternativa diabólica.
En efecto, si secundan la petición de
los asesinos –que no se han arrepentido, no han pedido perdón, no han entregado
las armas y no han renunciado a sus objetivos últimos- corren el riesgo de,
como ha ocurrido en Cataluña (donde CyU se desangra lenta pero inexorablemente
e IRC ya es la primera fuerza en expectativa de voto), ser sobrepasados por los
que no hace tanto sacudían el árbol. Y si no acceden y los del hacha y la
serpiente alcanzan sus objetivos, serán considerados como traidores a la patria
vasca y depurados. Y ya sabemos cómo
las gastan los de ultraizquierda con los que consideran desafectos…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
P.D.: He escrito esta entrada tres o
cuatro veces, ya que el ordenador tenía la mala costumbre de colgarse mientras
lo hacía. Sin embargo, su resumen es muy breve: si hubiésemos aplicado el
artículo 155 de la Constitución, otro gallo nos cantaría.
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