Los progres, en general, se amparan en
determinados derechos para hacer lo que les viene en gana, pero protestan
airadamente cuando los demás, en plan confuciano, les hacen a ellos lo que
ellos hacen a los demás.
Voy a intentar explicar ese
trabalenguas. Los delinquidores que han venido realizando escraches (todos contra políticos del Partido Popular, mira tú que
casualidad… o no) se han acogido al derecho a la libertad de expresión para
defender lo que no son sino actos de acoso contra figuras públicas (olvidando
que es una máxima universal que los derechos de uno terminan donde empiezan los
de los demás). Pero cuando la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina
Cifuentes (una política que no parece de derechas, dado lo escasamente maricomplejines que es) señaló que
presta apoyo a grupos filoetarras o proetarras (para hablar claro, Bildu y
Sortu), la nunca hipotecada Colau reaccionó diciendo que se había lesionado su
honor (suponiendo que tenga tal cosa, añado yo).
Pues bien, hace una semana la justicia decidió que Cifuentes no había lesionado el honor de Ada Colau, y que esta debe respetar
la libertad de expresión cuando es ejercida contra ella, al igual que se
respeta cuando ella pone como no digan dueñas a quien le sale de las narices.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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