Junior y sus muchachos se han presentado (a
sí mismos) como reacción contra lo que ellos llaman la casta. Como todos los que pretenden derribar un sistema
existente –porque, no nos engañemos, eso es lo que pretenden y no otra cosa-,
se presentan como más castos, más puros, mejores que los que hay.
No es nada nuevo. Ya ocurrió con
Robespierre y los jacobinos, con Lenin y los bolcheviques, con Hitler y los
nacionalsocialistas, con Castro y los comunistas, con Ortega y los sandinistas,
con Chaves y los bolivarianos… Sí, ya sé que casi todos los ejemplos que he
puesto son de izquierdistas, pero qué le vamos a hacer… uno es de derechas y,
salvo excepciones, los de izquierdas presumen de ser mejores y acaban siendo
peores. Mucho peores.
Ahora, en España, tenemos el caso del
partido de los circulitos. Sin embargo, cuanto más se va sabiendo de ellos –cosa
inevitable, desde que se expusieron al foco de la luz pública- más se van
pareciendo a aquellos que critican inmisericordemente.
Coalición a la que, por cierto,
pertenece la chica de Pablito. Una comunista
de pro con ideas propias, dice, pero con comportamientos parecidos a los de los
ajenos. Porque entró en la política siendo hija
de (lo cual en sí no es necesariamente criticable, aunque ellos lo critican…
en los demás), y ahora resulta que está siendo investigada por un contrato irregular en Rivas Vaciamadrid.
Ante esto, y después del varapalo que
le propinaron en una cadena teóricamente amiga
(de los cincuenta minutos empleados, a cualquiera con un poco de interés le
habrían sobrado por lo menos cuarenta y nueve), Junior declaró que tenía que trabajar más duro y mejorar. Dejando aparte que cabe dudar que conozca el verdadero
significado del verbo trabajar, su
concepto de la mejora parece ser pretender acudir a los programas de cinco en cinco (o, como se dice penalmente, en
cuadrilla) y declarar que Sufrimos
una campaña de difamación que marca un hito en España.
No es difamación, sino otra cosa. Me explico.
Hace años, en la época del Rodrigato,
entré en un despacho de mi trabajo en el que se discutía si el entonces presidente
del Gobierno era gilipoyas o no. Rompiendo mi costumbre de no meterme en
conversaciones ajenas sobre política, dije gilipoyas
no sé, pero lo que sí es sin duda es un hijo de puta. Ante esto, el sector
minoritario declaró que no pensaba permitir que se insultara en su presencia al
presidente del Gobierno. Me quedé con la duda de cuál habría sido su reacción
si el insultado gastara bigote y fuera bajito (es una manera de hablar, no
tenía ni tengo duda alguna de la falta de reacción), y señalé que no le
insultaba, sino que me limitaba a dar mi opinión. Mi interlocutor porfió, y yo
rectifiqué: no estaba dando mi opinión, estaba siendo descriptivo. Tampoco aceptó
esta posibilidad, así que decliné continuar.
Bueno, pues eso, Pablito: no se os
está difamando. Se os está describiendo, lisa y llanamente.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!