Es posible que, como ser humano, Alfonso Guerra no sea una mala persona (aunque eso de tener amante oficial mientras seguía casado no es que diga mucho en su favor). Sin embargo, como personaje político encarna lo peor de los políticos (valga la redundancia) españoles en general y de los socialistas en particular: soberbio, maleducado, ofensivo, prepotente, derrochador de lo público (cogió un Mystére para no tener que aguantar un atasco y poder ver a Curro Romero en la Maestranza), sin convicciones más allá del poder (fue quien acuñó la frase el que se mueva no sale en la foto) y plegado a la estrategia del partido (abominó de boquilla del sedicioso estatuto catalán… pero votó a favor). Lo único que le salva es que había alguien todavía peor: su jefe.
Por eso, la noticia de que deja la política no me ha producido una especial tristeza. Si acaso, un poco de nostalgia de una época en la que los políticos eran un poco menos hipócritas que ahora…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario