Lo peor de los retroprogres no son sus ideas trasnochadas, sus recetas inútiles,
su sectarismo rampante, su estulticia galopante o su hipocresía aplastante. No.
Todo eso, con ser malo, resulta casi disculpable en los pobrecitos.
Lo verdaderamente insufrible es lo
cursis que son cada vez que abren la boquita y se ponen a soltar sus tonterías.
Porque todas las soflamas que acarrean pueden soltarse con gracia, con
elegancia incluso, con dignidad. Julio Anguita sería un buen ejemplo de eso. Hasta
su programa, programa, programa tenía
un peso, una cadencia, que hacía que los que no compartimos sus ideas
pudiésemos respetarle intelectualmente.
Nada de eso queda en la izmierda. Empezando por el manido compañeros y compañeras y terminando por
el nosotros y nosotras (que,
afortunadamente, mis oídos nunca han tenido que sufrir en directo, pero que me
han dicho que se dice), el habla políticamente correcto sólo tiene un punto a
favor: como tardan el doble en decir las cosas, en el mismo tiempo sólo son
capaces de decir la mitad de chorradas.
Lo cual no evita que no sepan
apartarse del lugar común y las construcciones alambicadas. Por ejemplo, la
nunca desahuciada Ada Colau (porque nunca ha tenido, no ya una hipoteca, sino
siquiera un piso) se ha despachado diciendo que la élite política y económica que nos gobierna es una mafia organizada.
Vamos a ver, Adita: si son una mafia,
están organizados; si están organizados, son una mafia; si no lo estuvieran,
serían menos que una banda de chorizos. Anda, vuelve al colegio, si es que
alguna vez pasaste por allí, y repite las clases de Lengua Española, a ver si
se te queda algo.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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