Susana Díaz es otro de esos casos en
los que el enfrentamiento con la realidad le resulta desolador. Me explico.
La presidente (en funciones) de la
Junta de Andalucía no tiene oficio ni beneficio alguno fuera de la política. Dentro
de ella paso a paso, escalón a escalón, ha ido trepando en el escalafón
autonómico hasta alcanzar la cúspide (mediante un procedimiento, el de la
designación digital, que tanto
critican los socialistas cuando son los demás quienes lo aplican), permitiéndole
incluso otear desde allí más altos destinos, porque a quien Andalucía se le
puede quedar chica, ¿por qué no optar a la presidencia del gobierno?
Fiando en las encuestas, en su
instinto, en no haber sido contradicha o en Dios sabe qué (a lo mejor es el
desequilibrio hormonal por estar embarazada, quién sabe), Susana Díaz convocó
elecciones anticipadas para, según ella, conseguir una mayor estabilidad. Lo que
consiguió, en cambio, fue una inestabilidad aún más grande que la ya existente.
Tanta, que después de tres votaciones aún no ha sido capaz de ser investida
presidente del consejo de gobierno de la comunidad autónoma.
Con ese talante que tanto exigen los
socialistas a los demás y tan poco ejercen ellos, Susana no ha reaccionado nada
bien. Ha reaccionado, mal, fatal, de pena: como si fuera un capo mafioso (y, al
fin y al cabo, ¿qué es si no el entramado socialista al Sur de Despeñaperros?),
ha dicho en plena campaña electoral que lo pagarán.
Lo que no ha aclarado es si el pago se
hará con factura, en negro o quizá con cargo a los ERE…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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