La gente en general, y los progres en
particular, aplica una doble vara de medir a la hora de valorar sus acciones y
las de los demás. Aun cuando unos y otros hagan exactamente lo mismo,
encontrarán mucho más razonables y justificadas las propias actuaciones, y
criticarán acerbamente las de los demás.
Un ejemplo palmario lo estamos
teniendo a la hora de las votaciones para elegir al presidente del consejo de
gobierno de la comunidad autónoma de Andalucía. La candidata del partido más
votado, la socialista Susana Díaz, lleva dos votaciones sin obtener más apoyo
que el de su grupo. Ni siquiera la mayoría simple es capaz de obtener aquella
que convocó elecciones anticipadas para alcanzar una mayor estabilidad en la
región.
Dice la gestante Díaz, y tiene razón,
que su partido ha sido la formación más votada, y que por ello debería
dejársele gobernar. Sin embargo, el PSOE (y la izmierda en general) no suele aplicar el mismo rasero cuando la
formación más votada es el Partido Popular. De hecho, en la casi totalidad de
los casos la formación de derechas ha de obtener la mayoría absoluta para
gobernar; si se queda aunque sea a falta de un escaño se formará un contubernio
a tres, cuatro, cinco y hasta seis bandas con tal de que la formación más votada no sea la que gobiernen (y si no, que les
pregunten a los ciudadanos de las Baleares).
En cuanto a la reacción de la lideresa andaluza, ha sido de todo menos
democrática: según ella, esto empieza a
rozar el ridículo, y Ciudadanos y Podemos harían seguidismo al PP y conformar
un bloque anti PSOE, algo que encuentra surrealista.
No resultaba la cosa tan surrealista
cuando se propugnó, precisamente por parte de su partido, la creación de un
sedicente cordón sanitario contra el
PP.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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