domingo, 12 de febrero de 2017

País de pandereta y barretina

Si hay algo que demuestra hasta qué punto han llegado las cosas en relación con los secesionistas catalanes, es que cuando un senador –no sé ni me importa si convergente o irreceico, aunque si tuviera que apostar por uno de los dos apostaría por lo segundo-, antiguo juez, se jactó de las actuaciones ilegales del ejecutivo autonómico en materia tributaria (obteniendo los datos de todos los contribuyentes de la región) y desveló que se investiga a los jueces para ver cuáles son secesionistas y cuáles respetan la legalidad (he buscado la antinomia a propósito, puesto que toda secesión, esté justificada o no, es siempre una ruptura de la legalidad), la única reacción que no se produjo fue la de incredulidad.
Tampoco es que en este país de calma chicha, donde antes se monta un pinfostio por un partido de fútbol que por un delito perpetrado por las autoridades, la indignación haya alcanzado niveles apreciables. Al menos, no indignación por los hechos y sentida por los españoles; sí por parte de los conmilitones del delincuente ex togado, que le tacharon de mentiroso, negándolo todo, y le pidieron sutilmente que dimitiera diciendo que Hay que valorar si suma a la base del proceso. Es decir, había dicho lo que no había que decir cuando no había que decirlo, pero precisamente porque era verdad.
Por otra parte, el estrábico con sobrepeso tuvo poco ojo, porque lo que dijo es que el antiguo miembro de la judicatura se había explicado muy mal, y que se le había perseguido de forma injusta. Ello, a pesar de que los preparativos del consejo de gobierno de la autonomía para el sedicente referéndum sedicioso confirmaban las revelaciones del otrora miembro de uno de los poderes del Estado, luego de otro y, finalmente, dimitido.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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